Por la periodista
Cándida
Figuereo.
Opinión
Este
mandamiento que figura en el número siete de los diez contenidos en la Biblia
ha sido un dolor de cabeza en el transcurso de la historia de la humanidad
y ayer, como hoy, sigue siento un
malestar para algunas personas que no
logran liberarse de este hábito.
No somos los únicos en tener un segmento
limitado de gente muy dada a obtener las cosas por la vía fácil,
sin esfuerzo alguno, a través del hurto. Con frecuencia la prensa y los demás
medios de comunicación se hacen eco de esa penosa realidad.
Da pena porque
resulta inconcebible que un adulto, sea hombre o mujer, prefiera lo fácil y
exponga su vida al tiempo de convertirse
en la vergüenza de la familia.
En
el catolicismo el séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo
injustamente y perjudicar de cualquier manera sus bienes. Mientras que La Real Academia Española, en su diccionario, dice
que el robo es el “Delito que se comete apoderándose con
ánimo de lucro de una cosa mueble ajena, empleándose violencia o intimidación
sobre las personas, o fuerza en las cosas”.
“El
respeto al derecho ajeno es la paz”. Así lo dijo hace 150 años el mexicano
Benito Juárez en otra circunstancia muy disímil a esta que planteo. Suárez la
utilizó tras la derrota y fusilamiento del emperador Maximilian, lo que le permitió entrar triunfante a la Ciudad de México.
A
los hijos, desde pequeños, se les debe enseñar la importancia de no coger lo ajeno. Si por ejemplo llegan a la
casa con un peso (o un millón), de
inmediato los padres deben indagar la procedencia de ese dinero, en lugar de celebrarlo.
Si
a los hijos se les permite que lleven dinero u otras cosas al hogar, es muy
probable que se esté forjando un gran ladrón y la responsabilidad recae sobre los
tutores. Ocurre que comienzan con pocas cosas y luego solo importa conseguir más y más porque le fue “fácil”.
Si
no se toman las medidas de lugar a tiempo, enseñándoles a los hijos que no se
pueden encontrar nada, pronto usted irá a visitarlo a la cárcel o al cementerio.
Si por el contrario son probos, todos
hablarán bien de ellos. ¿Cuál prefieres de las dos alternativas?
En
gran medida, los hijos son lo que desean sus padres si les conducen
adecuadamente por el camino del bien en todos los sentidos. ¿Pero eso das brega?,
dirán algunos. Claro que da brega. Nada fácil es bueno. Por eso no hay dinero
que pague lo verdaderamente bueno, la vida sana.
Es
hermoso que padre y madre se sientan felices con las enseñanzas que ofrecen a
sus hijos. Son sabedores de que no serán defraudados al margen del lugar donde
se encuentren y…quedamente, cada progenitor musitará: no robarás. No importa
donde se encuentren mis muchachos. Sé lo que tengo.